El director general de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, Mohamed el-Baradei, ha presentado su preceptivo informe a la Junta de Gobernadores de la Agencia. En relación a Irán ha afirmado lo que cabía esperar, que el Gobierno de Teherán, a pesar de las sucesivas resoluciones del Consejo de Seguridad, continúa desarrollando su programa nuclear, así como su reactor de agua pesada situado en Arak, reactor que no puede ser correctamente vigilado por los inspectores de la Agencia. Lo llamativo de su informe llega después, cuando reconoce sentirse angustiado por el ambiente de confrontación que se está generando y demanda que la solución se busque exclusivamente por medios pacíficos.
¿Es papel de un alto funcionario contarnos si está angustiado o eufórico? ¿No corresponde al Consejo de Seguridad, en el siempre hipotético caso de que decidiera afrontar en serio un problema de seguridad internacional, fijar la forma en que debe conducirse una crisis?
No es la primera vez que el-Baradei hace referencia a la salida de esta crisis y siempre de la misma manera. Para el máximo funcionario de Naciones Unidas responsable de evitar la proliferación, el problema principal es el uso de la fuerza. Si la doctrina el-Baradei se generalizara sería el fin del régimen de no proliferación. Si anunciamos al mundo que no estamos dispuestos a emplear la fuerza para impedir que determinados estados accedan al umbral nuclear podemos tener la seguridad de que más de uno dará el paso.
En la aparentemente sincera declaración del funcionario de Naciones Unidas hay una maldad implícita: colocar la responsabilidad de lo que ocurra en la víctima. Irán se ha saltado el Tratado de No proliferación, está desarrollando un programa nuclear en contra del Consejo de Seguridad y ha amenazado en repetidas ocasiones a Israel con hacerle desaparecer del mapa. Pero resulta que, si pasara algo, la culpa sería de Estados Unidos e Israel. ¡Cómo se puede exigir más diplomacia cuando únicamente se está empleando este medio y a pesar de que sólo se cosechan burlas y fracasos! ¿Es que Javier Solana no ha hecho ya todo el ridículo que se le podía exigir para explorar cuantas vías se consideraran posibles?
Una vez más, el sistema de Naciones Unidas pone en evidencia que, para una buena parte de sus altos funcionarios, el reto no es solucionar problemas sino contener a Estados Unidos. ¿Puede sorprender que tanto demócratas como republicanos consideren este organismo de escasa utilidad?